Isabel de Portugal. Santa
      [940] (1271-1336)

 
   
 

   Reina de Portugal, terciaria franciscana. Había nacido en Aragón hija de Pe­dro III, y era de la familia de Isabel de Hungría (su tía abuela). Recibió formación excelente y ya desde pequeña mostró singular pie­dad. La casaron a los 12 años con Dionisio de Portugal, violento, infiel y guerrero. Oraba y hacía sacrificios por su esposo y lo trataba siempre con bondad. Tuvo dos hijos con él: Alfonso, futuro rey de Portugal y Constancia, futura reina de Castilla.
    El rey la admiraba y respetaba su vida de piedad. Multiplicaba sus obras de caridad y animaba a las damas de la corte a repetir sus acciones. En cuanto pudo, multiplicó sus gastos en hospitales, hos­picios y conventos.
   Su hijo, Alfonso, salió con el carácter violento del padre. En dos oca­siones llegó a la guerra con su progenitor por los privilegios que el rey otorgaba a sus hijos naturales. Isabel hizo lo posible por la reconciliación.
   Las cartas que se conservan son ver­daderas catequesis sobre la paz. Al padre le escribía una vez: "Como una loba enfurecida a la cual le van a matar a su hijito, lucharé por no dejar que las armas del rey se lancen contra nuestro propio hijo. Pero al mismo tiempo haré que primero me destrocen a mí las armas de los ejércitos de mi hijo, antes de que ellos disparen contra los seguidores de su padre". Y al hijo le mandaba este mensaje: "Por Santa María Virgen, te pido que hagas las paces con tu padre. Mira que los guerreros queman casas, destruyen cultivos y destrozan todo.
   No con las armas, hijo, no con las armas, arreglaremos los problemas, sino dialogando, consiguiendo arbitrajes para arreglar los conflictos. Yo haré que las tropas del rey se alejen y que los reclamos del hijo sean atendidos, pero por favor recuerda que tienes deberes graví­simos con tu padre como hijo, y como súbito con el rey".
    Su esposo murió arrepentido de sus excesos y del maltrato que la había dado. Ya viuda, entró en un monasterio después de peregrinar a Santiago de Compostela, donde le entregó la corona al Arzobispo para recibir el hábito de las clari­sas. El Arzobispo le regaló, emocionado, su cayado pastoral. Sus últimos años fueron de oración y penitencia. Su última acción fue viajar al campo de batalla donde iban enfrentarse su hijo y el rey de Castilla. Las fatigas del viaje y la peniten­cia le produjeron la muerte, aunque ella logró la paz. Su cuerpo reposa en las clarisas en Coimbra. Fue canonizada en 1625 por Urbano VIII.